martes, 12 de noviembre de 2013

[letralia-actualizaciones] Un filósofo transparente, unas ceremonias, un café y tres cuentos chinos

Letralia, Tierra de Letras








Lo nuevo en Ciudad Letralia 

Hoy presentamos a nuestros lectores nuevos textos de Carlos Yusti, Alberto Hernández, José Luis Mejía y Carlos Barbarito; todos en Ciudad Letralia, la Metrópolis de las Letras, el espacio de las firmas exclusivas de Letralia:

A Camus quizá se le recrimina su soltura, su informalidad a la hora de hacer de filósofo; ese estilo trasparente y sin complejos de asumir la filosofía. El filósofo académico con cátedra y seguidores le resultaba irrisorio, lo que lo llevó a decir: “No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo”. Este estilo familiar, mundano, de filosofar, lo llevó a ser considerado un filósofo entre comillas.
Sostengo en mis manos los viejos tomos que le han dado vida a Ceremonias (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2013). Acaricio con vieja cercanía la tapa de La muerte viaja a caballo (1974), Volveré con mis perros (1975), El agresor cotidiano (1978), La línea de la vida (1988) y Cabeza de cabra y otros relatos (1993). Luego me paseo por la cubierta de la publicación española en la que encuentro la imagen de un sueño, la retórica de una imagen que se emparenta con muchos de los relatos del narrador trujillano Ednodio Quintero.
El kopi, el café singapurense, tiene un sabor particular y se debe, según descubro en la página web de Nanyang Old Coffee (cafetería que prometo visitar para comprobar eso de “mantenemos la buena práctica del tradicional café de Singapur”), a que, además de pasarse a mano (en unas cafeteras extraordinarias de pico interminable con las que los encargados hacen malabares), es previamente tostado junto a una pequeña porción de azúcar caramelizada y otra de mantequilla.
Un mozalbete que había tenido la desgracia de perder a su padre, cuando apenas contaba cuatro años de edad, deseaba prepararse para los exámenes; pero su madre vivía miserablemente y no podía comprarle papel, plumas y tinta. El muchacho, cuyo nombre era Jang-su, apuróse mucho a causa de esto y durante algún tiempo no supo qué hacer. Sin poder escribir, no podía estudiar y ¿cómo podría escribir faltándole el papel? Pues en el caso del joven Jang-su se demostró bien pronto que cuando hay voluntad no se tarda en encontrar una solución. El muchacho vivía cerca de la costa, y bajando a la playa con una rama de árbol resolvió el problema trazando sobre la arena las palabras que sobre el papel hubiera trazado.
El ratón de la biblioteca • Carlos Barbarito

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