Historia del Altillo del Sur
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Cuando uno llega a la Avenida 1 nro. 1693 casi esquina 67 llama la atención una pared naranja con un portón negro. Es la “Casa de Teatro El Altillo del Sur”. Es un lugar confortable donde uno se siente bienvenido. La sala está ambientada con objetos antiguos, máscaras teatrales, fotos de los elencos, cuadros con inscripciones entre los cuales nos llama la atención uno que dice: “No hay méritos ni censura. Sólo hay ideas y todas valen si son capaces que el espectador deje de ser espectador y pase a formar parte de la representación, se sorprenda, se asuste, ría o llore”. También hay afiches de las obras representadas entre las cuales podemos citar: “Tute Cabrero”, de Roberto Tito Cossa; “El Tapadito”, de Patricia Suárez; “Juicio a la violencia de género”, de César Palumbo; “La Duda”, de César Palumbo, “En Familia”, de Florencio Sánchez; “No hay que llorar”, de Florencio Sánchez,” “El médico y el gentilhombre” de Moliere, entre otras, y en una pared un gran retrato de Roberto Tito Cossa, padrino de la sala.
En
este cálido contexto charlamos con Malena Cadelli quien junto con César
Palumbo, director, actor, dramaturgo,
dirige distintos grupos y talleres de teatro.
¿Cómo empieza la historia de El Altillo del
Sur? ¿Cómo lo conoces a César?
Lo conocí a César a través del
teatro, porque él daba unos cursos para docentes. Una compañera mía de la
escuela me dice: “Malena tenés que venirte que están dando un taller divino de
teatro”. Así fue como entré de lleno a trabajar en el teatro, y ahí nos
conocimos, pero eso y nada más. Las vueltas de la vida, en el 90- 91, yo hice 3
niveles de taller, y bueno, empezamos a estar juntos y nos fuimos a vivir un
tiempo a Varela. Allá abrimos una casa vieja que teníamos, lo mismo como acá.
Hacíamos clases de teatro y una guardería para chiquitos para aprovechar el
espacio, y después dijimos vamos a poner un jardín de infantes con orientación
teatral. Los chicos desde los 3 años tenían teatro y además hacíamos una
escuela donde llamamos una escuela para padres, ya estaba inventado, y la idea
era cada 15 días, un mes, nos reuníamos con los papás de la salita y
dramatizábamos o teatralizábamos situaciones de la cotidianeidad de los
chiquitos para abrir el debate entre ellos. Primero jugamos ¿no? y después el
hecho de abrir el debate para encontrar lo que le pasa a uno, lo que le pasa a
la mayoría hace que uno se sienta menos solo. Que abra el conflicto y lo
dramatice, y eso ayudaba mucho para la propia realización de los chiquitos. Con
César consideramos que tiene que haber
cierta relación armónica entre la casa, la escuela y la sociedad, como tener
parámetros en común, sino se hace muy difícil construir.
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Fue en plena crisis del 2001, por eso en uno
de los afiches que tenemos de esa época dice como Roberto Arlt, por prepotencia
del trabajo, y abrimos nuestro espacio
propio más allá de que la circunstancias decían que no, uno apostó, y era
posible, estamos desde ese día andando.
Maratón Teatral
¿En qué consiste el Maraton Teatral?
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Ejes de Trabajo
¿Cuál es el eje principal del
trabajo de ustedes?
El eje de trabajo nuestro
siempre es la identidad. Definir el individuo, quién es, cuál es su ámbito, ese
es esencialmente el eje, y mantenemos en la cuestión del teatro lo que es
tradición en teatro independiente que es el debate después de la función. Porque
una vez que se abre este canal de comunicación entre el actor, los asistentes y la historia que se cuenta, cuando esa
historia cierra los espectadores quedan flotando en el aire, por lo menos desde
nuestro punto de vista. Ese cerrar o tal vez sea más que nada abrir a la
reflexión, a representar las cosas, al establecer las asociaciones, a que es lo
que le puede estar movilizando al hombre, porque eso es también la esencia del
teatro, que al público lo sacuda en algún aspecto, que se vaya distinto. Hoy en
día muchas veces se dice que si uno termina la función y el público dice: “¿Y
ahora qué hacemos? ¿Comemos pescado o vamos a comer unas pizzas?” Ese
espectáculo no le sirvió para nada, fue un rato de divertimento pero no queda
nada, y lo nuestro apunta más a lo profundo de la persona. “Conocerás tu aldea
y conocerás el mundo”. Comenta Malena con
énfasis.
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Estética de César
Tenemos dos estéticas
distintas de trabajo, más allá de que yo me formé con César realmente. Exacto,
pero César tiene una modalidad de trabajo y yo con los años he ido definiendo
la mía. Nos complementamos bien, pero cada año que pasa, se hace más evidente
la diferencia que tenemos
- De la que puedo hablar sería
de la mía.
Entre risas Malena comenta que también conoce la estética de César
porque es alumna del taller de los viejos.
El trabajo puntual de César es
elegir una obra de teatro y a partir de ahí va generando disparadores para ir
abordándola, trabajándola no directamente. Ese es esencialmente el trabajo, y
el centro de su trabajo, es principalmente la improvisación, que es la
esencia del teatro. Una persona que logra sacar de sí, inventarle la vida a un
personaje, darle circunstancias, dar las relaciones, inventar conflictos,
situaciones reideras o de dolor. Después cuando toma un texto de un autor
determinado le es mucho más simple porque ya está hecho. ¿Qué pasa? Tiene todo
ese bagaje propio para darle una impronta, máxime que hoy día los dramaturgos
no escriben como antes, cómo tienen que ser las características del personaje.
Hoy ni siquiera especifican. Tomando puntualmente a Tato Pablovsky: escribe él
de corrido pero no define los personajes, dice: “lo dejo librado al grupo que
lo tome, que le de color, la sonoridad que ese grupo descubre trabajando con la
obra de teatro.”
Estética de Malena
¿Cuál es la modalidad que usás
dando clases?
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Luego de la amistosa charla
que tuvimos con Malena nos quedamos pensando en muchas de las ideas que expuso.
Pero yo quisiera rescatar la importancia de que existan en nuestra ciudad espacios de
teatro independientes, y “El Altillo” es uno de ellos donde uno se siente como
en su casa. Como espectadora de los espectáculos del Altillo experimento una
sensación de decir ¡Qué lindo haber venido!, pues desde el cafecito que
amablemente nos convidan mientras esperamos que den sala, a la calidad de las
obras que se representan, y las hermosas personas que uno allí encuentra, hacen
del Altillo un lugar donde el público se siente como en su casa.
Martina
Iriart
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