lunes, 11 de agosto de 2014

[vela al viento - ediciones] Una posibilidad, una lejana posibilidad: Feliz Día del Niño‏

Esa posibilidad de decidir qué se es tan sólo con el límite que da el conocimiento, mucho o poco, pero divertido. Esa posibilidad de avanzar sobre las identidades de las cosas y variarlas, cambiarles la fisonomía de manera tal de que un sillón pueda ser un barco o que una bicicleta sea un colectivo. Esa posibilidad de que una cajita de zapatos con una antena de una radio rota se convirtiera en una máquina electrónica capaz de teletransportarnos en el espacio, mientras la nave madre que construimos nos espera en la terraza de la casa de Claudio. Esa posibilidad de elegir la identidad del jugador de fútbol que seremos esa tarde y por un rato porque quizás más tarde seamos otro y otro y otro más. Esa posibilidad de que el baldío, la plaza, el patio se convirtieran en terrenos inexplorados, selváticos, caribeños, desérticos o espaciales una y mil veces y según la convención de un grupo. Esa posibilidad de elegir siempre ser el "bueno" y que el "malo" siempre sea un invisible ser inventado, pergeñado mutante que va cambiando sus poderes y apariencia según la dificultad que quisiéramos darle esa tarde. Esa posibilidad cada vez más lejana de ser astronauta, colectivero, explorador, pirata, cowboy, soldado, futbolista, arquero inexpugnable, banquero, comerciante, policía, doctor, científico, constructor, ingeniero, automovilista, mecánico, cuando uno quisiera y en el exacto momento en que uno lo deseara. Y que los lugares fueran como uno quería, con el orden o desorden que uno quería, es cada año más lejana.
Veo como perdemos esa posibilidad de jugar, de ser otros, de jugar a ser otros y de que otros jueguen con nosotros a hacernos creer que somos otros. Esa posibilidad de ponernos en los zapatos de otro y hacer eso que creemos que el otro hace bien y admiramos. Eso que nos gustaría hacer a nosotros y hacerlo con una sonrisa, divirtiéndonos, riéndonos con alguien más, compartiéndolo todo hasta los raspones y lastimaduras, los dolores y la preocupación, pero sabiendo que lo hacíamos porque era divertido y la pasamos bárbaro, y jugamos hasta que nos llamaron a comer.
Muy pocos saben jugar todavía. Muchos se están olvidando de sonreír y me parece que es porque se ajustan mucho las corbatas y se estiran mucho el pelo con las colas de caballo a la mañana, por eso debe ser. Se olvidaron que están jugando a ser otros y se convirtieron en el personaje que habían elegido de chicos, y crecieron y se les quedó el traje puesto. Se olvidaron de la posibilidad de cambiar. Esa posibilidad de ser el que quisieran.
A lo mejor, si les digo "Feliz Día del Niño" se despiertan y corren a buscar sus bicis-barco, bicis-colectivo, kartings-camiones, o triciclos-repartidores.
A lo mejor todo cambia y jugamos a ser los "buenos" otra vez, todos del mismo lado, y al malo lo inventamos para vencerlo todos juntos, porque el "malo" siempre fue una excusa para jugar mañana otra vez, todos en el mismo equipo, ¿o no?


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