miércoles, 16 de agosto de 2017

“Cuando se actúa, la poesía empieza a caminar entre el público”, afirma Patricia Díaz Bialet.

“El deseo es un motor en mi poesía” 
Un triángulo amoroso entre dos mujeres y un hombre (Ana María Cores, Florencia Carreras y Gustavo Pardi) se enciende en la puesta de Mariano Dossena. “El amor siempre fue una preocupación, una obsesión que me persiguió toda la vida”, dice la autora.

Por Silvina Friera 

“Cuando se actúa, la poesía empieza a caminar entre el público”, afirma Patricia Díaz Bialet.

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Imagen: Sandra Cartasso

“Yo tenía un novio parecido a Humphrey Bogart/ Un hombre con quien todas deseaban casarse menos yo”, dice el personaje que interpreta Ana María Cores en La noche a cualquier hora, basada en los poemas de Patricia Díaz Bialet, que se presenta los domingos a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). En la obra, dirigida por Mariano Dossena, se conjugan el amor y el desamor entre un hombre y dos mujeres –un triángulo que se completa con Gustavo Pardi y Florencia Carreras–, “lenguas tenaces” que son puro deseo encarnado en los cuerpos y en las palabras. Los fragmentos de los poemas despliegan una vibración erótica que se potencia con el saxo en vivo de María de Vittorio. “La poesía y el teatro en el siglo IV antes de Cristo surgieron unidos. Después, con el tiempo, nos encargamos de separarlos. Pero los aedos, los rapsodas, cantaban poemas y al mismo tiempo eran actores, intérpretes, poetas, músicos. La re-unión de estas dos artes, que en este momento están separadas, le da una gran fuerza tanto al teatro como a la poesía, porque reubica a la poesía en ese lugar originario que es el de contar historias”, plantea Díaz Bialet en la entrevista con PáginaI12.

–¿Por qué en uno de los poemas dice que “contra la envidia/ sólo me protege la poesía”?
–Yo tengo bastantes libros publicados. Como gané algunos premios, sufrí mucho el tema de la envidia. Siempre sentí la poesía en mi vida como una especie de salvavidas porque me protegió de muchas otras cosas. La poesía es el escudo de hierro que tengo. A la poesía la vivo como algo muy natural porque desde muy chiquita empecé a escribir sin saber. Una maestra le dijo a mi mamá: “Esta chica va a ser poeta porque yo le pido composiciones y hace poemas”. La poesía es la forma de relatar mi vida. La hago porque no puedo no hacerla. La poesía es un arma para luchar contra el impulso de muerte. Cuando uno escribe, revive momentos dolorosos con una gran intensidad. El hecho de poder transformarlos en poemas en cierta medida te permite ir sacando ese dolor.

–¿Por qué aparece tanto el deseo en su poesía?
–Tengo varios temas en mi poesía. En mi primer libro, Los despojos del diluvio, el primer poema se titula “¿Qué significa un poema de amor?”. El amor siempre fue una preocupación, una obsesión que me persiguió toda la vida. El amor lo uno al deseo físico de estar con un hombre, en mi caso. Ese deseo está relacionado con el impulso de vida y pienso que nunca tendría que apagarse esa llama, ni aun estando cercana la muerte. El deseo es un motor en mi poesía. El poema está muy relacionado con las vísceras; no es algo abstracto, una idea. El hambre te da ganas de comer; el deseo me da ganas de escribir. Para esta obra seleccionamos poemas que tuvieran una unidad temática, que es el deseo. Pero también aparece la muerte, que va acechando contra esa noche a cualquier hora. En el primer poema de mi libro La que va hay una pequeña frase de Blanche DuBois, de Un tranvía llamado deseo, en la que ella plantea que el deseo es lo opuesto a la muerte.

–¿Tuvo un novio muy parecido a Humphrey Bogart, como se dice en uno de los poemas?
–Sí, de verdad, aunque nadie me cree (risas). Ahora estoy en pareja hace tiempo, pero tuve una vida bastante variada. Y uno de mis novios-amantes era muy parecido a Humphrey Bogart. Era verdad que todas se querían casar con él menos yo. Y no nos casamos. Se casó con otra y se divorció después. La poesía para mí no es ficción. La novela, el cuento, el ensayo, tienen una estructura más formal que uno tiene que aprehender; hay que seguir esa estructura para lograr un cuento más o menos digno. Por supuesto que en el poema hay una estructura interna, que no es todo lo mismo, y en el verso libre hay una gran musicalidad. Pero vivo la poesía, por lo menos la mía, como un diario de mi vida. Por eso digo que la poesía no tiene que ver con la ficción. No es algo inventado, sino que surge por una necesidad muy profunda de expresión.

–¿Por qué el espectáculo termina con una suerte de manifiesto poético que propone hacer “algo de valor” desde la poesía?
–Uno de los versos dice: “Estoy cansada de los pobres lectores confundidos”. A veces me pasa que leo libros y no veo que haya una verdad. Me parece que hay objetos fabricados para ser poetas, algo muy forzado. La poesía tiene que ser algo verdadero, no puede pasar por la pose para buscar algo de prestigio. En muchos recitales de poesía pasa que alguien está leyendo y el 95 por ciento está durmiendo, no está prestando atención o está chequeando mensajitos. Están ahí para que los vean, para tener un mínimo de lugar en este lugar pequeñísimo que da la poesía. Todos escribimos mal o bien en algún momento de nuestras vidas, pero lo que tienen que tener los poemas es el valor de lo verdadero. Borges hay uno solo y todos los demás seguimos atrás como patitos que nunca llegaremos. No digo que todos tenemos que ser Borges, sino que hay un valor en lo que se escribe, en decir tu propia verdad. Mi maestro Atilio Castelpoggi decía que la poesía está dormida cuando está en el libro y cuando la leemos en voz alta, para corregirla, se pone de pie. Y yo agrego que, cuando se actúa, la poesía empieza a caminar entre el público. La poesía sale de los actores y llega a los espectadores. La poesía es un arte vivo con mucha sangre.




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