LA OCASIÓN
Si bien el cementerio no parecía el mejor lugar, decidió acercarse. Sintió la necesidad imperiosa de otorgar consuelo, hacía tiempo que postergaba el encuentro ansiado; eligió ese momento obligado por la premura del caso y lo hizo sin pensarlo más. Cristian era joven, no conocía de llantos profundos, de tristeza asfixiante, el olor a podredumbre lo sorprendió hundiéndolo en un sopor, del cual le costó salir. Sólo la visión de Lucía, que se le presentó quebrada por el dolor, lo obligó a sobreponerse. La familia silenciosa, permanecía de pié junto al sepulcro recientemente excavado, todos parecían impasibles como si no comprendieran. Solamente ella, la dulce Lucía, demostraba el sentimiento de desolación que la embargaba, al imaginar la degradación que le esperaba no solo a ese ser amado, que acababa de morir, sino a toda su existencia. Al terminar el día, Cristian se sentía satisfecho y feliz, ya que esa noche la besó hasta que por fin, ella dejó de llorar.
Susana Irene Astellanos
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