4 — Los poetas Juan L. Ortiz (1896-1978), en una primera ocasión, y Ricardo E. Molinari (1898-1996) en una segunda, te sorprenden preguntándote si eras pariente o conocías al poeta uruguayo Walter González Penelas (1913-1983). Es en 2001 cuando publicás tu estudio y antología titulado “El regreso de Walter González Penelas” (con el auspicio de la Embajada de la República Oriental del Uruguay).
CP — Efectivamente. El
trato de Walter con don Ricardo fue de una vinculación muy grande.
Recordemos, de paso, que Molinari no trataba con cualquiera. Te cuento
cómo empezaron las cosas. Un día, revolviendo en una librería de la
calle Corrientes, descubro un libro que se titula “La escalera”.
Su autor, Walter González Penelas. Una dedicatoria, las páginas sin
abrir. No era un detalle menor. Había una dirección de Montevideo. Lo
compré por el segundo apellido, si se hubiera llamado López o Fernández
lo hubiera dejado. Cuando comencé a leerlo me impresionó. Una poética de
altura, una sensibilidad exquisita. Entre mis amigos nadie lo conocía.
En un programa de radio que yo tenía se me ocurre hablar de él y leer
algunos poemas. El lunes me llaman a mi casa. La hermana había escuchado
el programa, estaba muy emocionada, quería conocerme, darme ejemplares,
una antología que un amigo le había publicado en España. A partir de
allí continúo mis investigaciones, ese año viajo dos o tres veces a
Montevideo. Una amiga de mi hijo mayor, estudiaba antropología, me ayudó
mucho, conoció a la viuda, a algunos profesores. Pero la guía real me
la fueron dando escritoras, mujeres que llegaron a adorarlo, mujeres que
lo recordaban en anécdotas, en poemas, en encuentros. Escritoras
uruguayas y argentinas, mi mundo rioplatense. Un descubrimiento de
aquellos. González Penelas era muy buen mozo y un hombre refinado,
culto, de conversación agradable, obsesionado con la creación. Había
buceado en la literatura clásica, en la mirada social del Uruguay. Era
sociólogo. Se mofaba de la gran mayoría de sus contemporáneos por la
mediocridad, lo bajito que volaban, las reuniones en cuartos espejados,
la pobreza intelectual. Eso le costó, qué duda cabe, el olvido, el
menosprecio. Lo ignoraron. Es, reitero, una poética que vertebra una
cosmovisión, una mirada atenta y sensible. En su lectura, de alguna
manera, nos advierte de esa literatura que se vuelve peligrosamente
literaria donde la palabra es suplantada por manipuladores de vocablos.
Su poética está contra la falacia, contra la novedad, lo banal. Por esa
razón, entre otras, es casi desconocido. Es un gran autor, un hombre
profundo que vivió alejado de círculos, de fetichismos, de los objetos
del mundo exterior. En uno de los homenajes que se hicieron en
Montevideo, Rocío Danussi leyó poemas suyos y la poeta Selva Casal
analizó conmigo su poética.
5 — ¿Qué recuerdos tenés de las numerosas entrevistas que has realizado para el Museo de la Palabra?
CP — Bueno, muchos, una
época muy hermosa para mi crecimiento. En 1983, instalada la
democracia, me llaman de Radio Nacional para cubrir la Feria del Libro
de Buenos Aires. Todo estaba por hacer. Contábamos con muy pocos
elementos, casi no había una estructura técnica. Un solo auricular,
transmisiones en directo desde una cabina elemental. En ese momento era
uno de los pocos, conduciendo programas de radio, que conocía a los
autores extranjeros y argentinos. Estamos hablando de Radio Nacional y
de Radio Municipal. Quiero decir, los había leído, siempre leí con
voracidad. Ahí obtuve el Premio a la Mejor Cobertura Radial, cerca de
treinta y cinco entrevistas durante la Feria. Yo hacía las entrevistas,
se las pasaba a Antonio Pérez Prado —un hombre de excepción,
galleguista, guionista de cine, un notable investigador médico, además—,
quien realizaba la traducción al inglés y la enviaba a la RAE Radio
Nacional al Exterior. Ese premio, compartido, lo gastamos en una comida
en la cual invitamos a los técnicos de Radio Nacional. Otro mundo, otra
vida. En esas entrevistas, durante cinco años, conversé con Gonzalo
Torrente Ballester, Martha Lynch, Roberto Fernández Retamar, Juan Rulfo,
Alberto Girri, Héctor Ciocchini, Miguel Barnet, Juan José Sebreli,
Carlos Alberto Brocato, Antonio Di Benedetto, Gustavo Soler, José
Donoso, Carmen Orrego, Luis Rosales, Ana María Matute, Néstor Taboada
Terán, Javier Villafañe, Dardo Cúneo, Juan Carlos Merlo, Dalmiro Sáenz,
Manuel Mujica Lainez, Carlos Gorostiza, Mempo Giardinelli, Mario
Benedetti, Antonio Dal Masetto…, la lista es muy extensa. Lo triste, lo
lamentable, es que años después, como la emisora no tenía cintas se
grabaron entrevistas o conciertos en ellas. Se perdió un material
impensable. La cosa era así: yo realizaba dos o tres preguntas, ellos
contestaban y luego se borraba mi pregunta. Quedaba sólo la voz de los
entrevistados. En algunos casos leyendo algún fragmento de su obra o un
poema. Cada entrevista tenía la duración de cinco minutos.
6 — ¿Qué características
han tenido los homenajes a escritores y artistas plásticos que has
realizado en teatros y centros culturales?
CP — Durante más de
quince años fui realizando actos de poesía. Luis Alberto Quesada
[1919-2015] fue el que me inició; fui aprendiendo en la práctica el tema
de la organización, los contactos, la planificación. Él había luchado
en la Guerra Civil Española, peleó contra los alemanes en Francia,
estuvo en un campo de concentración, del cual pudo escapar. Al regresar
para unirse a la lucha clandestina, estuvo preso en España durante
diecisiete años. Condenado a muerte, logró salir en libertad durante el
gobierno de Arturo Frondizi. Bueno, aquí formé parte —por supuesto,
siendo mucho más joven que él— del Instituto Argentino Hispano de
Cultura Antonio Machado, del que él era el presidente. Casi todos los
actos se realizaban en la Oficina Cultural de España. Allí organizábamos
las conferencias, pero también presentaciones de libros y recitales. En
el teatro de la Federación de Sociedades Gallegas o en el Teatro
Margarita Xirgu efectuábamos los actos mayores. Los homenajes eran a los
relevantes poetas españoles: Federico García Lorca, Antonio Machado,
Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cernuda,
León Felipe... Las voces: María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Alfredo
Alcón, Fernando Labat, Alicia Berdaxagar, Juana Hidalgo, Onofre Lovero,
Ernesto Bianco, Dora Prince, Livia Fernán… Eso significaba selección de
poemas, ensayos, guitarristas, en fin, actos donde la entrada era
gratuita y se llenaban las plateas. La colectividad, el sector
republicano, y muchos amigos nos acompañaron. Más tarde organicé actos
con Rocío Danussi, mi compañera, que lee muy bien. Ella le puso voz a
los poemas de Alejandra Pizarnik y a los de Rosalía de Castro: están en
el Museo de la Palabra y por Internet. Junto a ella y Osvaldo Cané
hicimos “El amor en la poesía”, “Homenaje a León Felipe”, “Poetas
rebeldes”, “Cuatro poetas y la libertad” , “Poetas surrealistas”...
Muchos de esos actos fueron dedicados a Fernando Pessoa, Enrique Banchs,
Rosalía de Castro, Eugenio Montale, Giuseppe Ungaretti, Blas de Otero,
Gloria Fuertes, Fernando Arrabal, Raúl González Tuñón, Luís de Camoens,
poetas gallegos medievales, Enrique Molina, Conrado Nalé Roxlo,
Francisco Madariaga, Bertolt Brecht, Pier Paolo Pasolini, Manuel J.
Castilla, Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Oliverio Girondo… Y a artistas
plásticos: Rubén Rey, Miguel Viladrich, Antonio de Ferrari… Algunos
comencé a hacerlos durante la dictadura, en librerías, en trastiendas.
Luego, en la inolvidable Sala Taller, en el Centro Betanzos de Buenos
Aires, en La Gran Aldea, en la Sociedad Argentina de Escritores, en
salones culturales de la capital e interior. Nunca hubo menos de sesenta
personas en cualquiera de ellos. El homenaje a León Felipe lo
efectuamos en la Federación Libertaria Argentina, con más de doscientos
espectadores, con un escenario en donde la silla de paja vacía era el
lugar del poeta, la voz de Felipe, la música de Falla. Se entraba de a
poco y se salía de dos en dos. El año: 1979. En primera fila estaban
sentados Diego Abad de Santillán y Luis Franco. Entre el público, René
Favaloro y el director cinematográfico José Martínez Suárez. Una emoción
que aún perdura en mí. Pero el trascendente, el más importante es el
que organizamos en el cincuentenario del asesinato a Federico. Nos llevó
seis meses armarlo. Quesada era el Presidente de la Comisión. El
afiche, que vendíamos para procurar fondos, era de Ricardo Carpani.
Realizamos cerca de treinta y cinco actos en un mes. Conferencias, mesas
redondas, recitales, muestras de grabadores y plásticos. Siempre lo
pensábamos con música, a veces con baile. Guitarristas, flamenco.
Mientras duró fue una maravilla, una alegría permanente, un placer
inimaginable. Durante ese mes lorqueano, artistas, poetas y pintores
repartíamos claveles en las mesas de los bares en homenaje a Federico.
Más tarde, el olvido.
7 — ¿Qué pormenorizado relevamiento nos trasmitirías de tu actividad radial en distintos programas y emisoras?
CP — Trabajé mucho en
Radio Nacional y en Radio Municipal, en diferentes programas culturales.
Era una época donde todavía existían voces, magia, utopías. Hice,
además, comentarios de libros para Biblioteca de Radio Nacional; nos
reuníamos con amigos de la radio hasta la madrugada. Agustín Tavitián
era un poeta que congregaba afectos, sueños y el gusto por el jazz.
Muchas de las iniciativas en la radio fueron suyas. Fue un ciclo en
donde intentaba llevar, divulgar autores pocos conocidos o autores
nóveles. Estuve en ambas emisoras desde 1984 hasta 1989. A veces me
llamaban como columnista en otras audiciones de las mismas emisoras o de
Radio Belgrano, Radio Palermo, etc. En mis programas daba cabida sobre
todo a autores argentinos, del interior o de principios de siglo. A
veces abordaba la literatura griega o latina. Planificaba cada programa y
a veces lograba tener un encuentro breve antes de cada audición para ir
formando el clima. Fue un tiempo muy interesante, el país se abría a la
democracia y se necesitaba fomentar aquello que estuvo censurado.
Hablamos de libertad, de comunicación, involucrando al creador con su
mundo. En Nacional llevé un programa que me gustó mucho: “Nuestros
ilustres desconocidos”. Allí iban desde una profesora de ballet del
Teatro Colón hasta el mozo de un bar que había sido extra en Hollywood.
En Municipal, “Los intelectuales hablan en primera persona”. Esas fueron
dos creaciones mías que tuvieron cierta repercusión en el mundillo
cultural. Salían al aire una vez por semana, se dialogaba con amplitud.
Sólo preguntaba, el entrevistado era siempre el personaje importante.
Además, como te conté antes, invitados relacionados con la Feria del
Libro, que por alguna razón no había podido entrevistarlos en el stand
de la Feria. También, años después, conduje un programa de medicina por
Nacional —“Curar en salud”—, pero éste era de la Fundación Favaloro y
trataba sobre la prevención en salud.
(Continuará)
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