La Biblioteca Popular y Municipal Florentino Ameghino de Puerto Deseado decidió reeditar en este libro uno completo del historiador Leoncio Deodat, "La captura de la tribu del Cacique Orkeke", que fue publicado en 1937, y junto con él diversos artículos y resúmenes de trabajos de Deodat.
Leoncio Deodat nació en 1883; se recibió de Contador Público en la
entonces Escuela Superior de Comercio (actualmente Facultad de Ciencias
Económicas). Trabajó en la administración de los Ferrocarriles del
Estado, hasta su jubilación, en Formosa, Comodoro Rivadavia, Puerto
Deseado, Santa Fe y San Antonio Oeste. Deodat fue un estudioso de la
geografía patagónica en general, apasionado de sus costas, sus
navegantes y sus misterios. En esos minuciosos estudios, que siempre
trató de corroborar hasta el último detalle, descubrió paraderos
indígenas, sitios históricos mencionados en antiguos escritos, y las
ruinas de la Real Compañía de Pesca en Puerto Deseado. Esas
investigaciones fueron reconocidas por el Gobierno Nacional y premiadas
por la Comisión de Cultura, que consideró las ruinas como "Patrimonio
Nacional". Durante muchos años colaboró en temas de su especialidad en
la revista Argentina Austral, la publicación ferroviaria Riel y Fomento, y otras publicaciones latinoamericanas. Fue un destacado colaborador permanente del semanario deseadense El Orden.
En el prólogo, Deodat dice:
"Mientras recuerdo una frase de del Valle Iberlucea dicha en presencia del Senado conjurado contra él: "La cultura de la frase no está reñida con la energía del concepto", escribo, una vez más, sobre cosas añejas de Puerto Deseado con sabor de actualidad.
No lo hago, por supuesto, con miras al bronce estatuario, ni menos
halagado por la perspectiva de un suculento provecho inmediato. No
trafico con la pluma para vivir hoy en paz con Dios después de haber
adulado al Diablo. En el lento desfilar de los años observo con honda
tristeza a quienes gustan del placer de ejecutar piruetas de funámbulo
en equilibrios oportunistas, para besar a la postre la mano del amo que
les castiga.
Tampoco pretendo satisfacer a cuantas personas se dignen leerme, sea
para zaherirme, bien para aplaudirme. A los primeros opongo el amparo de
Alberdi: "El barro que se me arroje caerá sobre mis hombros como la lluvia sobre el mármol, para blanquearlo", y el pavés de Justo: "Estoy acorazado contra la injuria". A los segundos ofrezco la luminosa sonrisa del agradecido...
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