Amaneció turbio el día,
destemplado y ceniciento,
Y amanecieron las almas
borrascosas como el tiempo.
Volaban las bajas nubes,
tocando los bajos techos,
mientras el viento jugaba
al arco con los sombreros.
Y caía una garúa
que calaba hasta los huesos.
De arriba abajo medíanse,
con altivez y recelo,
militares y paisanos,
adolescentes y viejos,
humildes y poderosos
y hasta mulatos y negros,
buscando los dos colores
en solapas y sombreros.
De pronto, una batahola
fue del uno al otro extremo
de la plaza y enseguida
sobrevino un gran silencio.
A la media hora
estalló un júbilo inmenso;
y aunque el sol ya se ponía
debió alumbrar un momento.
Germán Berdiales
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