Julio Aranda nació el 17 de noviembre de 1961 en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Integró el Consejo de Redacción de la revista de literatura “Tamaño Oficio” desde 1997 hasta su número de cierre, en 2016. Fue jurado en el rubro poesía en los concursos internos organizados por la Asociación Gente de Letras. Entre otras distinciones, obtuvo el Primer Premio de Poesía “Antonio Cuadrado” en 1999, el Primer Premio de Poesía 2001 otorgado por Mesas Redondas Panamericanas y el Primer Premio de Poesía “Roberto Juarroz” 2007, instituido por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Almirante Brown. Ha sido incluido en las antologías de poesía y cuento editadas por la Oficina Municipal de Tres de Febrero en 2007, 2010, 2011 y 2013. Participó en el volumen colectivo “Memoria del olvido” (Ediciones Botella al Mar, 2000). Publicó los poemarios “Agudo pico el del pájaro oscuro” (Ediciones Gente de Letras, 2000) y “Grietas que me escriben” (Febra Editores, 2003).
1
— Sabemos que naciste en una localidad lindante con nuestra ciudad; pero tu
infancia transcurrió un poco más lejos.
JA — Unos pocos kilómetros más lejos.
Siendo yo hijo de una madre muy joven (ella tenía dieciséis años), ama de casa,
y de un padre obrero de una fábrica metalúrgica, cuando nací compraron un
terreno en un barrio en formación, que hoy es San Francisco Solano. Ámbito
agreste, apenas loteado, entre calles de tierra que se anegaban con las lluvias
y, por ese entonces, carente de los servicios esenciales: ni luz, ni agua
corriente, ni cloacas. Mi madre me leía cuentos y poemas, ya que no había otro
entretenimiento (los vecinos más cercanos estaban como a trescientos metros).
Mi madre fue mamá y maestra. A mis cuatro años yo sabía leer y escribir. No
ceso de recordar con ternura, en las tardes-noches de invierno, el perfil de mi
madre leyendo a la luz de la lámpara a querosén que iluminaba la pieza,
mientras esperábamos el regreso de mi padre. Luego el progreso fue ganando la
batalla. En el colegio primario, mi amor por la poesía me ubicaba como figura
repetida en todos los actos, recitando versos al General San Martín o referidos
a nuestra bandera. El colegio contaba con una pequeña biblioteca: fui ampliando
mis lecturas y accediendo a diversos autores. Por los diez u once años comencé
a advertir que la musicalidad de esos textos me resultaba mágica y me transportaba
a lugares imaginarios de los que no quería regresar. El colegio secundario lo
cursé en nuestra ciudad. Donde concurría a eventos culturales. Me maravillé en
mi adolescencia con los poetas franceses, con el Pablo Neruda de un Chile
politizado, con César Vallejo, con Roberto Juarroz (quien también vivía
bastante cerca de Avellaneda) y su “poesía vertical”, con el poeta dominicano
Manuel del Cabral (poco recordado en estos tiempos); eran épocas de Alejandra
Pizarnik, de Vicente Huidobro y su creacionismo. Simultáneamente llenaba
cuadernos con mis propios escritos.
2
— ¿Y al finalizar el secundario?
JA — Me
anoté en 1980 en la Facultad de Filosofía y Letras. Comencé a ofrecer,
tímidamente, poemas a revistas y suplementos. Algunos se llegaron a publicar.
En 1981 fui convocado al Servicio Militar Obligatorio, lo que me alejó de mis
pretensiones poéticas. Para colmo, me dieron la baja del ejército en marzo de
1982 y un mes después estalla la guerra de Malvinas, por lo que soy
reincorporado y enviado a Comodoro Rivadavia, como “reserva”. Resultado: recién
retorné a la vida civil a mediados de ese año, habiendo interrumpido mis
estudios, sin trabajo y en un país quebrado. Después conseguí un empleo,
frecuenté bibliotecas y retomé la escritura. Un día de esos que nunca faltan,
en los que nos replanteamos casi todo, me deshice de varios cuadernos con
poemas. Nada me conformaba y tampoco lograba escribir algo distinto. Me dije
“necesito ayuda” y concurrí a talleres literarios, algunos coordinados por
poetas reconocidos a los que no nombraré, sin alcanzar satisfacción, ahogado en
mi interior y con la necesidad imperiosa de regresar a mis fuentes creativas.
3
— Voy calculando que nos acercamos a “Tamaño Oficio”.
Julio Aranda con Lucila Févola, Lina Caffarello y Osvaldo Spoltore |
JA —
Alguien me invita a la presentación de un nuevo número de esa revista, en la
bodega del célebre Café Tortoni. La directora era una tal Lucila Févola, hasta
entonces desconocida para mí. Ese fue mi
verdadero comienzo. La escuché, compré la revista, me acerqué a ella, a las
pocas semanas estaba asistiendo a sus talleres literarios, que dictaba en una
oficina de la Avenida de Mayo. Me fui imbuyendo de los conceptos de estructura,
musicalidad, aliteraciones, de la importancia de los silencios en el texto, los
diferentes tonos, cambios de ritmo, etc. Y todo acompañado por lecturas, no
sólo de poesía, sino desde filosofía y religión hasta narrativa y ensayo.
Lucila hablaba del poema como de una perfecta red donde ningún punto del tejido
podía estar corrido, de fuerzas centrípetas y de fuerzas centrífugas dentro del
texto: no sólo teorizaba sino que lo mostraba en su obra y nos conminaba para
que lo intentemos en la nuestra. Aprendiendo a pulir y adaptándome al
maravilloso equipo de la revista, me invitó a sumarme al Consejo de Redacción.
Poetas del grupo, Jorge Montesano (fallecido en 2002), Osvaldo Spoltore, Haidé
Daiban, Emmanuel Muleiro y yo, publicamos una antología, “Memoria del olvido”, complementada con un CD en el que Lucila y el
escritor José Bravo recitaban nuestros poemas.
4
— Tres años con Lucila Févola (1942-2013) y ese entorno de estudio y
producción, hasta arribar a tu primer poemario.
JA —
Que es cuando comienzo a publicar algunos cuentos y me animo al ensayo (por
ejemplo, uno sobre poetas italianos del siglo XX). Y tres años después,
habiéndome fogueado en mesas de lectura y programas radiales, más o menos
coincidiendo con la aparición de mi segundo poemario, Claudio LoMenzo y Javier
Magistris, directores de “La Guacha”, me invitan a reseñar y comentar libros
para su revista. Mientras, debido a que por diferentes motivos la mayoría de
los escritores fundadores de “Tamaño Oficio” se fueron alejando, me aboqué con
mayor intensidad a acompañar a Lucila, seleccionando el material, rescatando,
como se dice, a poetas olvidados, procurando avisadores para solventar el costo
de cada edición, lidiando con la imprenta, efectuando correcciones,
consiguiendo ámbitos para las presentaciones, sopesando a los posibles
intervinientes, y todo con el filtro de Lucila. Cuando ella fallece, del
Consejo de Redacción sólo quedábamos Osvaldo Spoltore y yo. La familia de
Lucila nos dona parte de su biblioteca, sus libros publicados y numerosas
carpetas y cuadernos escritos de su puño y letra que aún no hemos podido
desclasificar.
Consultamos con el resto del grupo y
decidimos continuar con la revista siguiendo la línea de Lucila hasta cumplir
el trigésimo aniversario en 2016. Cerramos el ciclo en la Feria del Libro. Y
como hallamos un poemario inédito de ella que había dado por concluido pocos
días antes de morir, con unos pesos que aportamos y la ayuda económica del
Ministerio de Cultura, lo pudimos editar y presentar en el Museo Ricardo Rojas.
J. Aranda con María Barrientos, Carlos Vanadia , Ema Granata, Lina Cafarello, Lita Pérez , Elena Ferreti, Año 2016 |
5
— Por teléfono me contaste que sos viajante de comercio.
JA — Un
trabajo que a priori surge como antagónico para un hacedor de poemas. Sin
embargo, largas horas conduciendo por rutas semi desérticas, visitando pueblos
y ciudades de las provincias de Buenos Aires y de La Pampa, me hicieron
encontrar la paz necesaria que (casi) todo poeta anhela; aquellos que no
conocen nuestra geografía no se imaginan que sólo a unos kilómetros de nuestra
capital, el ámbito pueblerino influye de tal forma en nuestros sentidos que es
imposible abstraerse y no vivenciar el regocijo con que la vida nos premia a
cada paso. En las horas de la siesta, donde me veo obligado a descansar, puesto
que entonces cada pueblo parece detenido, encuentro mi refugio espiritual para
leer y escribir. Muchos poemas han nacido en esos instantes de profundo
silencio. De todos modos, más allá de lugares específicos, la poesía es una
presencia continua que uno debe esforzarse por mantener y alimentar. Como dijo
Giovanni Raboni (1932-2004), un poeta nacido en Milán, en un reportaje: “La poesía está cuando está. Si hay ganas,
se escribe; lo que me parece importante, aun cuando no escribo, es mantener
viva la relación entre la poesía y todo lo demás. Si la escritura es
intermitente, hay hilos sutilísimos en tensión continua, incesante elaboración.
Para mí la poesía es el lugar donde nada se agota, sino todo se verifica:
ideas, sentimientos, elecciones. Si uno vive al cinco o también al cincuenta
por ciento es difícil que sea un gran poeta. A los poetas avaros con la vida y
con los demás, cuanto más envejezco, menos los amo; es más, ni siquiera los
entiendo.” Ésta me parece una de las definiciones más sutiles y bellas que
he leído. Retomando: la libertad que me permite mi trabajo como viajante de
comercio (en el rubro de juguetería), está potenciada desde el arco opuesto por
una búsqueda de tiempo y espacio que en nuestra gran capital, con sus luces de
neón y su bullicio, me cuesta más hallar. En mi caso, los lugares alejados me
enseñaron a escuchar el silencio, ese silencio significativo que pesa tanto
como la palabra justa. Equilibrio entre el decir y el no decir. Complementación
de los opuestos.
6
— Cerrado el ciclo de tres décadas de “Tamaño Oficio”…
JA — Es
importante aclarar por qué cerramos el ciclo. No fue una decisión caprichosa
sino razonada, consensuada con el grupo. La revista nace de mano y obra de
Lucila Févola, allá por 1986, como respuesta a la inquietud de los talleristas
que asistían a sus clases y que no encontraban un espacio “físico” para
publicar. Surgen los primeros números. Luego, por exigencia del grupo fundador
(integrado por Haidé Daiban, José Emilio Tallarico, Alicia Clausi, Florencia
Durán, José Bravo, Dora Pietromica, Gustavo Villamor, María Barrientos) y de
Lucila, “Tamaño Oficio” va creciendo y ya no alcanzaba con el empeño de los
talleristas. Se incorporan entrevistas, cuentos, artículos sobre escritos
filosóficos y sobre obras de teatro... Y a propósito de teatro, hay un nombre
que merece ser destacado por lo que le brindó a la propuesta. Me refiero a José
Bravo (1934-2010), poeta, ensayista, dramaturgo, profesor de teatro (hasta su
fallecimiento enseñó teatro en la cátedra de la Universidad de La Matanza),
quien hizo de la humildad su mejor carta de presentación y con un conocimiento
profundo del universo cultural. Fue el pilar en el que Lucila y los que nos
sumamos después, nos apoyamos siempre, sabiendo que era posible encontrar en
ese maestro el consejo preciso.
Se difunden entrevistas realizadas a Alfredo Veiravé, Alejandrina
Devescovi, Osvaldo Bayer, Elsa Bornemann, Santiago Kovadloff, Josefina Arroyo,
Héctor Miguel Ángeli, María Adela Renard... Se rescatan obras como la novela “El hombre importante” de Alberto
Gerchunoff (1883-1950), cuentos de Haroldo Conti, poemas de Julio Cortázar,
Emilio Zolezzi, Ezequiel Martínez Estrada, Rogelio Bazán, el entrerriano Luis
Alberto Salvarezza, Ana Emilia Lahitte, Juan L. Ortiz y tantos, tantos otros. Y
del poeta sanjuanino Jorge Leonidas Escudero (1920-2016), cuando aún no era muy
leído.
A propósito de Escudero, años después, cuando comienza a gozar de
prestigio, viaja a Buenos Aires para leer sus poemas en la Biblioteca Nacional,
invitado por Ediciones en Danza, que le había publicado lo que en ese entonces
era su último libro. Él mantenía una relación epistolar con José Bravo. Yo,
justo unos meses antes había publicado un ensayo sobre su obra que titulé
“Escudero: un viento zonda en la planicie poética”. Enorme fue mi satisfacción
cuando, junto a José Bravo, recibo la invitación para asistir a su lectura. En
una de las salas chicas de la Biblioteca éramos un grupo selecto. Lo recuerdo,
menudo como era, con esa fuerza interior que no denunciaba su edad (andaría
cerca de los ochenta) y, lo más sorprendente, después del acto, se deshizo un
poco a las apuradas de los que lo rodeaban para felicitarlo y se fue con
nosotros a tomar algo por un boliche de la zona donde nos quedamos hablando del
lenguaje poético, de folklore, de sus andanzas mineras.
Otra satisfacción que me brindó “Tamaño Oficio” fue haber conversado con
el poeta y traductor platense Horacio Castillo. Cuando con Spoltore, Montesano,
Daiban y Muleiro publicamos “Memoria del
olvido”, acudimos a él (a quien conocíamos por un reportaje que se le había
realizado para la revista) y le pedimos que nos presente el volumen. No sólo
aceptó con creíble entusiasmo, sino que nos decía (y lo reiteró públicamente)
que se sentía halagado. Fue un lujo total. La presentación se efectuó en
nuestra ciudad, y él viajó desde La Plata, de noche: su compromiso para ese evento
y su análisis de nuestras poéticas, me ha dejado una huella.
Considero que la literatura siempre es denuncia, y “Tamaño Oficio” la
ejerció desde la creación, desde el no amedrentarse cuando todo alrededor
parecía que se derrumbaba. En el Nº 27, octubre de 2003, José Bravo exponía: “¿Cuál es la misión del artista, si es que
tiene alguna? En principio, salvaguardar su propia existencia y ayudar a
salvaguardar la existencia común, como cualquier hombre del planeta”,y más
adelante cierra la idea: “Sus reacciones
artesanales, sus imágenes, sus palabras y objetos, no lo privan del angustioso
cometido de que su grito siga siendo de alarma, de formalizar una esperanza
cierta, de toma de conciencia, ya.” Estoy persuadido de que en esta toma de
conciencia está la misión del artista.
Ahora comienza otra etapa. Osvaldo Spoltore y yo fundamos “Copérnica” el
24 de agosto de 2016, coincidiendo con el Día del Lector, así declarado por el
Senado y la Cámara de Diputados de la Nación, conmemorando el natalicio de
Jorge Luis Borges, cuando adherimos a la suelta de poemas, en esquinas de
nuestra ciudad, organizada por la Fundación El Libro y la Sociedad Argentina de
Escritores. Habremos de coordinar una actividad pública y periódica que llevará
el nombre elegido. Y estamos elaborando el primer número de la revista
“Copérnica”, que, calculamos, verá la luz en marzo o abril de 2017.
Aranda con su hija Agustina y Noemí Fernández Cabanillas |
JA — No
irrisorio, pero sí curioso. Fue en 1997 o 1998. Nos invitan, entre otros, a
Jorge Montesano y a mí a una lectura de poemas y nos piden que les adelantemos
el material que íbamos a leer, cosa que nos pareció extraño...; entre mis
poemas había uno que hacía alusión a los desaparecidos. Lo que no sabíamos era
que la lectura se realizaba en la sede de un edificio céntrico que por ese
entonces pertenecía al Círculo Militar. Nos citan un par de días antes y
“gentilmente” me indican que ese poema no debo leerlo porque el tema estaba muy
trillado y bla-bla-bla, y que no lo tome como un acto de censura. Ante mi
sorpresa, Jorge Montesano increpa a los dos hombres que nos atendían,
diciéndoles que “no vamos a permitir” que nos elijan los poemas, y que si no
estaban de acuerdo que borraran nuestros nombres del programa. Los hombres se
miraron entre sí, como consultándose, y juro que temí que todo se siguiera
complicando. Finalmente, nos devolvieron el material señalándonos que sólo era
una sugerencia. Corolario: me dí el gusto de leer un poema sobre los
desaparecidos en un evento cultural organizado en un edificio que pertenecía al
Círculo Militar.
8 — ¿Cuál es la pregunta, que con
escasas variantes, tantos preguntadores formulan para concluir un reportaje?:
la que ahora te extiendo: ¿Qué nos podés contar que se te haya quedado en el
tintero?...
JA — Solamente
agradecer. A la vida. A las personas que la poesía me ha permitido conocer, a
la tarea, en algunos casos titánica, de los que —como en tu caso— apuestan, a
cambio de nada, por la difusión de las palabras de los que nos consideramos
hacedores. El escritor Eduardo A. Azcuy [1926-1992] dijo alguna vez: “El modo con que el hombre experimenta el
mundo depende de la calidad de su conciencia.” Una conciencia pura nos aliviará de tanta pena
mundana. La poesía sigue siendo un bálsamo entre tanto dolor. Creo en la
palabra como herramienta de un presente y futuro que nos define como especie;
sólo si persistimos en nuestra intención de rescatar lo prístino llegaremos a
ser una sociedad más justa y perpetua a pesar de lo finito. Estoy persuadido de
que la poesía ha trascendido desde siglos la frontera de toda muerte
acontecida.
*
Julio
Aranda selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:
EL SALTO
Saltar.
Pero hacia atrás.
Saltar desde el futuro a la niñez.
Desprender la mochila
y desatar los miedos.
Caer de pie
o de manos
(no importa demasiado)
pero juntar mientras caemos
todas las palabras que olvidamos.
No entrecerrar los ojos
y abrir la boca grande
como para tragarse el cielo
y nunca tocar fondo.
Sólo saltar
(pero hacia atrás).
Saltar desde la muerte al fecundado
óvulo.
Saltar,
siempre saltar
y saltar otra vez
hasta que el universo salte adentro
nuestro
a otra luz
a otro cuerpo.
*
MAR
Cuando era muy pequeño
y mi madre me bañaba,
la tina era un inmenso mar.
Yo fabricaba olas agitando los pies
e imaginaba barcos que se hundían en mi
ombligo.
Hoy,
náufrago de tantas tormentas,
tomo sus manos —esos barcos enormes
que transportaron sueños—
y se las acomodo por fuera de la tina
para que no se hundan
en este inmenso agujero.
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Julio
Aranda y Rolando Revagliatti, enero 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario