"En todo el mundo se ha puesto en marcha un plan perfectamente calculado
y calibrado que tiene como objetivo iniciar, desarrollar y asentar la desposesión,
para que cada vez sean menos las personas que tengan, y cuando
hablamos de tener nos referimos a derechos, e incluso a deberes:
educación, sanidad, trabajo, vivienda, libertad, participación, voto,
tiempo libre, ocio, ahorros... Y todo ese proceso de desposesión va
acompañado de un proceso de domesticación y domestización de la cultura
y del entretenimiento, que destaca por convertir la mediocridad y la
frivolidad en tendencias dominantes, al tiempo que se asienta en formas
de relación que van eliminando poco a poco las formas de sociabilidad
asentadas en aquello que Jacbob L. Moreno definiera como encuentro cara a
cara."
Retomo la idea expresada por Jean-François Lyotard en su libro La condición postmoderna,
para referir una condición que, si bien no es nueva, pues la
corrupción de las conciencias y voluntades es tan antigua como la
humanidad, sí al menos resulta especialmente preocupante en estos
momentos. Y es que hasta hace bien poco por corrupta se tenía una
conducta reprobable, criticable e incluso punible. La persona corrupta,
o corruptora, no tenía un lugar en el cuerpo social, y, en ocasiones,
se la consideraba una excrecencia evitable, repugnante. Alphonse
Gabriel Capone, más conocido como Al, fue un ciudadano de los Estados
Unidos de América que destacó como corruptor de personas de procedencia
diversa, desde jueces a policías, sin olvidar a periodistas y editores
de especial relevancia en aquel momento. Con todo, ni unos ni otros
eran personas que la sociedad reconociese como ejemplos a seguir, si
bien jamás han de faltar personas dispuestas a aprovechar una
oportunidad, o a rumiar en silencio emulaciones notables de
trayectorias deleznables. Georg Grosz retrató ese mundo con especial
lucidez y virulencia artística.
Sin embargo, esa visión negativa de la
corrupción ha ido variando a lo largo del último siglo, al punto de que
iniciado el XXI la corrupción ya se acepta como una conducta posible,
inevitable, y, por tanto, normal, necesaria, y crecientemente positiva.
En la lógica de la valorización del término opera un argumento para no
pocos incontestable: "si no coges la pasta, otro lo hará, así que
espabila que sólo se vive una vez." La muerte de Dios, berreada por
Nietzsche y su cohorte actual de acólitos nihilistas descreídos de todo
menos del parné, puede tener algo que ver en todo esto, porque el
paraíso hay que montarlo en esta vida, y no en otra que ya se considera
improbable; pero también la relativización de los valores tan aclamada
por la condición postmoderna, nacida al amparo del deicidio del
alemán.
De esa situación de aceptación de la corrupción
como conducta inevitable, dan buena cuenta los sucesivos ejemplos de la
ciudadanía votando. ¿Cómo es posible que en tantos lugares de Europa
los políticos corruptos aumenten su popularidad y el número de votos
siempre en función del número de corruptelas en las que se ven
envueltos? Sencillamente porque sus votantes se identifican con esa
conducta, la aplauden y, en el fondo, desearían ser partícipes de tanta
dicha. Una parte importante de los votantes de Silvio Berlusconi lo
son porque les encantaría ser, como él, ricos, poderosos, con buenas
fincas, muchas "velinas" y mucho "bunga bunga". Albert Camus, en su
texto magnífico Calígula, ya mostraba con crudeza enorme las
miserias de la condición humana y su disponibilidad para colaborar con
la barbarie y la ignominia.
La condición postcorrupta es una deriva radical e
inevitable de la condición postmoderna, en tanto ésta pone en tela de
juicio y se afana en derruir de forma sistemática muchos de los valores
en la modernidad, entre ellos la lectura dialéctica de la realidad,
proclamando el fin de las ideologías. En esa dirección, una de las
consecuencias evidentes de las sucesivas fiebres colectivas (y utilizo
la palabra fiebre en su sentido de calentura y amodorramiento) que ha
provocado la postmodernidad, ha sido la pérdida de un conjunto de
discursos y conceptos nucleares de una idea de lo social y de la
república que derivaban de los primeros pronunciamientos de la
modernidad, especialmente con la Revolución Francesa, que proclama el
ideal de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad.
Por todas partes se oyen voces, se contemplan presentaciones, se
enuncian discursos y se elaboran proclamas, que buscan cuestionar,
relativizar o derruir las ideas de libertad y de igualdad, y al mismo
tiempo se propone la conducta corrupta como algo habitual, como algo
consubstancial a la condición humana y con lo que hay que vivir...
(Continúa)
Párrafos de un artículo publicado por ARCE (Asociación de revistas culturales de España). El artículo completo en http://www.revistasculturales.com/articulos/47/ade-teatro/1631/2/de-la-condicion-postcorrupta.html
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