A modo de presentación de este nuevo título de VELA AL VIENTO Ediciones Patagónicas, transcribimos el Prólogo, "A tres kilómetros de las pesadillas" del poeta Cristian Aliaga.
La poesía es un atentado celeste, decía Huidobro. Ese cruce alberga el espíritu rabioso necesario para dinamitar toda lengua hipócrita, sea política o poética, toda mercancía reducida al lugar común o al uso instrumental. Allí persiste también la antigua aspiración de belleza que reside en un cielo sin dios. Entre estos extremos se condensa la búsqueda poética de Federico Mehrbald.
El ESTUPOR de Mehrbald incluye un mundo en el que no se diferencian del todo los seres reales, los fantasmas y el deja vú de sus experiencias auténticas o imaginarias (no por eso menos auténticas). Está marcado por ángeles enviados a morir, mujeres que entornan los ojos pero siempre aparecen en la lejanía, una oscuridad que no sólo es decadente sino más viscosa que la ausencia de luz, el verde esperanza de la marihuana y un mp3 que repite insistentemente a los Ramones en una universidad imbécil y desierta.
Puede ser leído como la Fiesta Final Desencantada de una Época, con la música de fondo de los paraísos artificiales que pedía el padre Baudelaire.
Sin embargo, aun así, se trata de poemas de amor. El amor, como la verdad ácida que persigue este libro, puede conducir al vómito y la soledad, pero no por eso deja de ser lo que es. Cuando estamos solos, al final de la noche, seremos capaces siempre de viajar en busca de alguien que nos despierte con su candor, o nos abandone.
Este libro puede ser leído como una hoja de ruta imperfecta para ese recorrido desesperado, que no garantiza llegar a ninguna parte pero nos asegura el vértigo del camino. A lo sumo, agotadas las botellas, las sustancias, perdido todo lo que puede perderse, Mehrbald nos aguardará en el enésimo amanecer, con las mismas dudas maníacas del comienzo, irónico, melancólico o frenético. Solo o acompañado, qué más da, si el ademán de conocer es lo único que existe. Al fin y al cabo, la poesía come de todo.
Aires multiprocesados de Bourroughs, Bukowski, H. Thompson -la "baja melodía de la tecnología", "un pendenciero olor a puta" - dan a esta poesía un clima eléctrico, desencantado, furioso. Las lecturas cruzadas de Poe, Walsh, las historietas, el rock, alimentan la máquina poética de Mehrbald, que va acercándose a "la mentira huérfana de la verdad" como quién tantea un muro electrificado.
Los versos se escanden en grandes líneas como los de Kerouac o Corso. O parecen romperse, directamente. Por momentos se revuelven en crónicas oscuras o remiten a una pintura de Edward Hopper metamorfoseada en el cielo abrasador de la Patagonia. Aquí, los últimos habitantes nocturnos de los bares son repelidos por el viento, y vuelan a los barrios remotos junto a las bolsas, los ladrones y los desheredados. Mehrbald es arrastrado con ellos, y él se deja llevar.
Escribir apasionadamente, sin mentir a sabiendas ni ceder a las verdades aparentes, armado de ira y amor loco -ese que existe sólo en las profundidades, donde no tenemos dominio-, buscar indicios de una vida detrás de esta piel de mugre; pero sobre todo probar, oler, morder, beber cada uno de los líquidos que la vida ofrece hasta quedar exhaustos. Caer de pie, rugiendo lenguajes de eternidad, decía De Rokha. Ese podría ser el programa de Mehrbald. En este libro camina sobre rocas, no hay camino blando, intuye que está pisando el extremo saliente de un iceberg monstruoso, que le demandará un viaje cada vez más extenso rumbo al próximo ESTUPOR.
Este poema de Mehrbadl podría titularse también CUENTAKILÓMETROS DE LA NADA, una crónica perfecta:
Estás a mil kilómetros de mi recuerdo
estás a cinco segundos de un beso
a ocho de mi corazón
y yo a tres de las pesadillas.
Este libro no promete nada, pero cumple con irreverencia todo lo que no promete. Me gusta adivinar en Estupor una obra futura que se revuelve en busca de su forma, sin concesiones, con el riesgo de devorarse, como un monstruo debajo de una piel de crisálida o un huevo de especie desconocida. Hay un camino ahí, único y peligros, abierto a los próximos pasos de ese animal que escarba y que Mehrbald hace surgir de la piel de roña.
Saludo eso: las imágenes resplandecientes que sacuden la vista y la mirada desafiante e irónica del autor ante las cámaras fosforescentes de la poesía, que nunca se apagan a la espera de un milagro. Y, sobre todo, deseo a Federico Mehrbald un largo y peligroso viaje, a Ítaca o a cualquiera de los lugares donde no se duerme.
Lago Puelo, octubre de 2009
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