Entrevista realizada por
Rolando Revagliatti
Nilda Barba nació el 17
de junio de 1949 en Buenos Aires, ciudad donde reside, la Argentina. Es
Contadora Pública Nacional egresada de la Facultad de Ciencias Económicas de la
Universidad de Buenos Aires. Se formó en Civilización, Literatura y Arte en la
Alianza Francesa. Participó, entre otros, en 2006 en el Festival Internacional
de Zamora y en el Encuentro Internacional de Poesía en Cuernavaca, ambos en
México; en 2007 en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, Santa Fe,
Argentina; en 2008 en el VII Encuentro de Poetas “Junín 2008” del Movimiento
Poesía, provincia de Buenos Aires;
en 2009 en el Encuentro auspiciado por la Casa del Poeta Peruano, en Chimbote,
Perú. Poemas suyos fueron traducidos al alemán, al inglés y al catalán.
Fue incluida en los siguientes volúmenes antológicos: “El placard” (2003),“Poetas
del mundo” (2006), “Antología de la
confederación latinoamericana en Austria” (2008), “No toda belleza redunda en felicidad” (2008), “Sin fronteras” (2011), “Antología
X Aniversario Grupo Alegría” (2015). Tradujo el poemario “Leblón, suelo y voz” de la brasileña
Solange Rebuzzi. Publicó los poemarios “El
cordón” (Grupo Editor Latinoamericano, 2005), “¿por qué me gusta tanto?” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas,
2007), “doctora jeckyll y señora hyde” (Vela
al Viento Ediciones Patagónicas, 2009), “como
seda con la boca” (Ediciones del Dock, 2015), “al final del pasillo” (Editorial Vinciguerra, 2016).
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Comencemos retrocediendo hacia…
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Nilda Barba 1955 |
NB — …lo
que pudiéramos denominar los inicios de “mi biografía intelectual”, con la
escucha diaria del recitado de poesía que efectuaba mi madre, quien adoraba ese
género. Del mismo modo, ella cantaba y la música se oía permanentemente en
casa. Ritmo, equilibrio en las palabras que sonaban y resonaban. Los textos fueron
adquiriendo una relación íntima conmigo a medida que la lectura me lo fue
permitiendo, y se intensificó cuando a los diez años de edad debí permanecer en
reposo durante cuatro meses con la pierna izquierda y la cadera enyesadas. Esa
fue la oportunidad exacta para leer un libro tras otro disfrutándolos, lo que
ya nunca se detuvo. Determinados textos fueron jugando en mi vida, entrando y
saliendo, estableciendo pertenencias y un archivo. Me sorprendía ante la
fascinación por la manera de decir una frase. Simplemente no podía seguir
leyendo como si nada destacado hubiese ocurrido, puesto que algo destacado
había ocurrido: había leído poesía, eso era poesía, y estaba dentro de una
narración. Me era imprescindible ese instante de silencio en mi interior, donde
todo se agitaba. El proceso creativo se fue dando muy gradualmente. Estuve
nutrida por la lectura, aunque caótica, sin guía, y siempre me resultó más
simple expresarme a través de la escritura que mediante la palabra hablada,
inclusive para declarar lo más doloroso. No quisiera establecer un adelgazamiento,
ni afirmar: empecé a escribir en tal instancia, publiqué tal cosa. Aunque sí,
eso está.
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¿Cómo dirías que se fue generando tu interés hacia las ciencias económicas? ¿Te
desempeñaste en tu profesión?
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Con sus nietos |
NB — Mi
pasaje por la UBA lo percibo como de un pasado remoto, ese sedimento que hace
que ésta que soy tenga ciertos criterios incorporados y una educación vinculada
al aprendizaje y a la manera de leer, de dudar, de relacionar, de abstraerse,
de concentrarse. Es un sustrato importante, no por el orden temático y de
contenido, sino por una cierta disposición al método, a la reflexión. Diría que
Ciencias Económicas fue la carrera universitaria de la familia. Todos mis
primos mayores, menos uno que estudió veterinaria, seguían esa carrera. Yo era
muy buena en matemáticas, materia que me gustaba y me resultaba fácil, eso
parecía indicar mi camino. Creo que disfrutaba estudiar, fuera lo que fuera. La
vida universitaria, el alejarme tanto de la casa de mis padres, hacían fascinante
esa etapa que comenzó a los diez y seis años. Sentía que un mundo se abría a mi
paso. El edificio de la Facultad me resultaba imponente, las aulas gigantes,
los anfiteatros, increíblemente atractivos. La biblioteca silenciosa era para
quedarse a vivir. Tan pronto como entré, justo el único año que hubo curso de
ingreso en la Facultad de Ciencias Económicas, junto a tres chicos más formamos
un grupo de estudios que funcionó magníficamente bien y continuó hasta que me
casé y me fui a vivir a Brasil dos años después. Cuando volví y retomé la
carrera extrañé ese grupo, fue más arduo estudiar sola y con hijos y embarazos
en el medio. Me recibí el día que cumplía siete meses de mi tercer embarazo.
Recién cuando mi cuarta hija comenzó el jardín de infantes empecé el ejercicio
de la profesión en un estudio contable en el área de auditoría externa, y esta
labor se extendió durante apenas dos años. Si bien me complacía, no me fue
posible sostener la organización y cuidado de mi familia numerosa con el
trabajo, y decidí dejar.
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Es recién en este siglo cuando te incorporás a un taller literario.
NB — Mi relación con la escritura poética, como te comentaba, tiene
raíces que van hasta mis primeros años. Sin embargo, los modos en los que he
podido manifestar esa pasión ha tenido vertientes diferentes. Cuando se me
impuso, se hizo imperiosa la necesidad de que eso comenzara a circular, entendí
que tenía que iniciar un proceso de dedicación, de interacción con grupos de
poetas. Fue entonces que comencé a concurrir al taller coordinado por Ana
Guillot. Esa etapa de mi formación me dio la posibilidad de escuchar otras
voces, otras formas poéticas y narrativas valiosas. Entre los poetas puedo
mencionar a Florencia Abadi, Paola Cescón, Isabel Krisch, Néstor Cheb Terrab y
Matías Lockhart, y entre los narradores a Lara Segade, Belén Ancisar, Diana
Drexler. Ese momento de encuentro en la literatura era una fiesta.
En la actualidad estoy trabajando con Roberto Ferro. No se trata de un
taller. Es de otra índole porque mi proyecto poético transita otro carril.
Roberto me ayuda a concentrarme sobre los matices y afinidades que son propios
a ese desarrollo. Además de las cuestiones relacionadas con mi escritura,
también tratamos temas de orden teórico y crítico vinculado a aquellos aspectos
que está explorando mi poesía; una mirada integral incluso sobre mis proyectos
narrativos.
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Nilda Barba con R. Revagliatti |
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Entiendo que también te sentiste convocada por la filosofía.
NB— En mi poética convergen, en su composición, distintas zonas de
atención y de búsqueda. La filosofía es una de ellas, en lo que condice con el
modo en que reflexiono y pienso cuestiones que están vinculadas íntimamente.
Indagaciones que varían el orden de interés, que se entrecruzan con otros
aspectos de orden teórico y de orden crítico. En mi poesía circulan más las
omisiones que las citas. Los acontecimientos en la vida nunca son lineales, son
múltiples, con múltiples manifestaciones. Mi modo de dialogar con la palabra
filosófica a veces se ha enlazado con cuestiones relacionadas con mi propia
experiencia, y ha encontrado en alguna de esas vertientes, si bien no una
respuesta, al menos un ámbito que me permitiera reflexionar. Otras veces, la
relación con la filosofía enlaza con mis escarceos con la poesía. Roberto es un
crítico muy conocedor de la obra filosófica de Jacques Derrida, y es a partir
de esto que me he acercado a algunos de esos enfoques con su guía, para poder
discurrir acerca de la escritura y fundamentalmente sobre la lectura de mi
poesía. En mi último libro, “al final del
pasillo”, hay un tratamiento de la huella y del fantasma que son dos
elementos relevantes en el pensamiento de Derrida. Es decir, cuando yo estoy
pensando esa zona, ese otro lado del espejo, estoy pensando la memoria, el
pasado, también como fantasma, presencias intensamente ausentes y, por otro
lado, esos fantasmas pensados como huellas. En “al final del pasillo”, la memoria, el pasado, los abordo como
fantasmas porque reaparecen y están, y van y vienen, y están de un lado y están
del otro. No es que mi poesía surja de mi lectura de Derrida; es al revés, en
la escritura de mi poesía encuentro ese tipo de motivos e imágenes. Esta
relación que señalo con la filosofía derrideana tiene que ver con una escena de
lectura; me refiero al momento de acercamiento a mi poesía como lectora, pero
atravesada por el asedio de otros discursos; lo que supone posteriormente una
sedimentación que espero siga proliferando en mi escritura.
En mis obras anteriores se
advierte con nitidez que el cuerpo es una residencia sensible y
vulnerable para
el paso del tiempo, y registra las marcas no solamente correspondientes al
tiempo biológico, sino que también hay huellas de otro tipo, indelebles, de las
que muchas veces no somos conscientes y son consecuencia de vivencias, de
tanteos. Mi impronta concierne a lo visceral. Las huellas que plantea Derrida.
La huella que siempre es la marca de otra marca de otra marca de otra marca. La
huella es la marca del fantasma. Y eso es casi central en “al final del pasillo”.
También ha incidido en mis textos la
lectura de Deleuze: en particular, el planteamiento del pliegue; esto, según
creo, se da a leer en los poemas de “como
seda con la boca”. Los surtidos avatares me llevaron a acercarme a
distintas búsquedas, ya que desde muy chica indagué y me pregunté sobre los
temas trascendentes del existir. En otros términos, me refiero a vaivenes y
modulaciones en diferentes etapas de mi vida, tanto como ahora, desde este
presente las puedo visualizar.Advierto que los modos en que en mi poesía han
emergido la heterogeneidad, la profundidad, la variación, no es a través de
formas de representación directa, sino en imágenes poéticas que no se presentan
como una ilustración de situaciones específicas, sino como modos de tratar y de
comprender los sentimientos y las ideas que me han atravesado.
6 — En tanto has viajado por numerosos países, acaso no siempre como
simple turista: ¿habrás tenido contacto directo con diferentes culturas?
Nilda Barba con su hermana Norma en el Taj Malal - India
NB — A los once años viajé a Europa con
mis padres, mi hermana y mis abuelos paternos con el objetivo de acompañar a
Faustina, mi querida abuela española, en el reencuentro con sus hermanos
después de cincuenta años desde su venida a la Argentina. Viajamos en barco, en
el “Anna C”. Los hermanos de Faustina residían en ciudades que fuimos
recorriendo emocionados, una a una, hermano a hermano. Con nuestra llegada no
sólo se conmocionaba la familia entera, sino todo el pueblo, o el barrio si se
trataba de una ciudad más grande. A los once años escuchaba y veía a mi
abuelita recordando su infancia actualizada en la mirada de esos hermanos en la
que había permanecido niña todo ese tiempo. Inolvidable. Ella nos hablaba
siempre de “su” España y de la fonda de su familia. Estar allí fue para mí como
haberme zambullido en el libro de cuentos del que surgían las historias que
Faustina me contaba.
Muchos de los viajes que hice más
tarde fueron acompañando a mi ex marido; eso me permitió el contacto con gente
que nos recibía en sus casas o nos llevaba a conocer lugares a los que no iba
habitualmente el turismo. Como también te comenté, residí en Brasil durante dos
períodos. La primera oportunidad fue al día siguiente de mi casamiento; luego
de la luna de miel en Guaruyá nos instalamos en Icaraí (Niteroi). No existía en
ese entonces el puente Río-Niteroi, y para ir a Río de Janeiro había que cruzar
la bahía de Guanabara con una barca que además de personas, trasladaba autos.
Yo tenía diez y nueve años, mi padre tuvo que firmar la autorización para que
pudiera salir del país. Había dado exámenes hasta apenas unos días antes del
casamiento. Me llevé el libro de Doña Petrona C. de Gandulfo, la gran cocinera
santiagueña, como toda ayuda. Llegué a Icaraí y tuve la suerte de tener como
vecinas en el mismo piso a una chica de mi edad, también recién casada, y a una
señora mayor, sin hijos, los que constituyeron mi familia adoptiva. Además,
Teresita Torres Agüero, hermana del pintor Leopoldo Torres Agüero, argentina
ella, y lectora voraz, fue mi amiga desde entonces. Los brasileños son gente
muy cálida, me percibí integrada aunque extrañaba horrores. Nunca antes me
había separado de mi familia. Me sentía muy sola. Cuando nació mi primer hijo
nos mudamos a Copacabana para estar más cerca, mejor asistidos en caso de
necesidad. Recordarlo ahora parece increíble. Venía a mi casa una lavandera una
vez por semana, toda vestida de blanco como las bahianas, y desplegaba una
sábana, también blanca, con la que envolvía la ropa que se llevaba sobre la
cabeza con un caminar erguido y acompasado. Teresita me había hecho una lista
de todas las verduras con sus nombres en español y en portugués y con eso iba a
la feria al aire libre (como la lavandera a mi casa) una vez por semana.
La segunda oportunidad en la que viví
en Brasil fue en San Pablo, también por trabajo de mi ex marido. Esta vez fue
más complicado porque, al poco tiempo de nuestra llegada, se desató una
epidemia de meningitis muy fuerte, no había vacunas y luego de consultar con
epidemiólogos, allá y acá en la Argentina, decidimos volver. Fue muy duro, mis
hijos eran muy chicos, Carla tenía siete meses. Esa decisión significó que mi
marido se quedara allá y yo regresara sola con los chicos. Mudanza tras
mudanza, que sumaron dieciocho hasta el presente.
También viajé a Oriente: China,
Japón, Corea del Sur, Tailandia, Singapur, Hong Kong, Yakarta, la capital de Indonesia.
Recuerdo en Bangkok una cena en la que un matrimonio propietario de una arrocera
nos describía cómo era la estructura familiar y empresarial. Se trataba de un
matriarcado en el que la familia joven permanecía bajo el ala, y en la misma
casa de la familia de la mujer en la que la madre era la autoridad máxima, y la
hija trabajaba en la empresa familiar que dirigía.
En Hong Kong, lo inusitado: una
reunión de negocios, luego de una cena, con dos hombres del lugar y tres
parejas en una gran disco que además era lugar de citas:inmensa, con varias
pistas en las que había shows eróticos. Todo muy refinado y lujoso. Al llegar,
se abrían a los costados dos salas con chicas de todas las razas y
nacionalidades,
que podían ser elegidas. Nos fueron guiando hacia un reservado y para ello
fuimos pasando delante de los diferentes escenarios.
En Cantón, China, tomé un taxi y le
pedí al conductor que me llevara a una feria de comida. Siempre me interesan
las ferias, los supermercados. Eso me indica bastante de la forma de vida del
lugar. Esa feria fue absolutamente fuera de lo común. Como entonces en pocos
lugares había heladera, los animales estaban vivos en jaulas de juncos o
mimbre. Se trataba de serpientes y otras especies que nosotros no comemos. Los
clientes elegían el animal mientras estaba vivo, luego lo mataban a la vista de
todos, lo limpiaban y lo entregaban todavía caliente. En el caso de las víboras
les sacaban la piel como si se tratara de un guante. También había perros ya
cocidos y bañados en caramelo, perros laqueados, colgados con ganchos.
El mismo taxista me llevó por calles
donde la gente vivía en pasillos en los que apenas entraba un colchón que iban
usando por turnos.Ejercían en la vereda sus oficios; por ejemplo, el de
escribientes, con unos pinceles que sostenidos en posición vertical con los
dedos índice y pulgar, dibujaban los grafismos que me resultaban mágicos. Todo
esto parecía desarrollarse en cámara lenta mientras en la calle enjambres de
bicicletas no cesaban de enmarañarse. Varias veces, al llegar al hotel, me
percibí extraña al advertir mi imagen en el espejo y no el rostro de una china.
La India me enfermó. El móvil del
viaje fue la meditación en un ashram. Aunque carente de afinidad, la meditación en sí misma fue enriquecedora en el lugar ideal. De la misma manera que el contacto con gente de todo el mundo que compartía la experiencia y con la que intercambiábamos charlas y ejercicios guiados. Esa sensación de ir llegando desde distintas latitudes a un mismo punto remoto, sin habernos puesto de acuerdo ni habernos comunicado por ningún medio en ningún momento previo, es casi de ficción, realismo mágico. Nos convocaba la misma inquietud, o no. Concluida la semana de meditación, durante otras dos, recorrimos 3000 kilómetros en auto, entrando a las ciudades de Agra, Jaipur, Pushcar, Udaipur, Jodhpur y Delhi.
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En Agra - India
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Todo es intenso en la India,
imposible la indiferencia. El tránsito loco, caótico, con bocinas sonando
continuamente. Son muy viscerales, gritan, se pelean. Yo llegué con la idea del
equilibrio que da la meditación, de la resignación que les otorga la religión
que explica todas las injusticias. Nada más lejos de la quietud y la
tranquilidad. Todo es estridente. Los colores brillantes en una paleta amplia y
variada resplandece, atraen la mirada, despiertan. Los olores penetran,
invaden. Usan muchos desinfectantes, algo así como la acaroína, que se mezcla
con los olores de la basura en las calles y los animales sueltos (como las
vacas), y la inmensa cantidad de monos caminando por los numerosos cables que
atraviesan las ciudades. Los camellos son utilizados como animales de tiro,
arrastrando carros. Hay escenas que desubican y conmueven, como observar a
mujeres construyendo rutas, cargando palanganas metálicas llenas de arena,
cemento y otros materiales, y vestidas con saris bordados, largos como para
concurrir a un casamiento. Sin embargo, los hombres visten guayaberas y
pantalones.
Navegué por el río Ganges, en un bote
a remo despintado que capitaneaba un muchachito de diez y seis años. Conversé
con él y me contó que estaba casado y tenía un bebé, que los padres le habían
elegido la pareja. Le pregunté qué pasaría si se enamoraba de otra chica, a lo
que me contestó que eso no iba a pasar, que ellos aprendían a querer a la
persona que sus padres elegían. Vimos en los diarios los avisos de padres
publicando el currículum de sus hijos y buscando pareja con determinadas
características. Desde el Ganges, ese río sagrado, divisábamos en las orillas a
la gente bañándose con jabón y shampoo, lavar sus ropas y un poco más arriba,
también en la orilla, dos crematorios, uno al aire libre y otro cerrado. El
chico del bote nos contaba que se crema a todos los muertos menos a la mujeres
embarazadas y a los niños menores de dos años. Y hay otra excepción también que
no recuerdo en este momento. A éstos, los que no son quemados, se los echa al
Ganges en estado natural. Algunos tramos del río sagrado son los más elegidos
para dejar a sus seres queridos; uno de ellos es frente a la ciudad, también
sagrada de Varanasi, a la que llegan desde largas distancias trasladando a los
cadáveres sobre los techos de los autos (sin ataúdes), rodeados de flores. No
se puede permanecer indiferente estando en la India, insisto. Son muy fuertes
los contrastes. La sensación es que todo se pone frente a tus ojos: acá estoy,
mírame, acá pasa esto. No sólo pasa lo del Ganges que te contaba, también se
riega con aguas servidas. Se ve por la calle mucha gente mutilada. El tema
salud es desesperante, la medicina preventiva no existe. El sistema de castas
sigue vigente y la vida humana está devaluada. Podría hablarte durante un año
entero de este tema, Rolando. Me quedo con la sensación de haber cometido una
injusticia, ya que remarqué los aspectos que me conmovieron negativamente.
Sucede que aquello repercutió en mi cuerpo, no pude digerirlo y regresé con un
gran malestar físico y mucha angustia. Es decir, estas imágenes dan cuenta más
de mi imposibilidad de comprensión que de una mirada objetiva, digamos, de una
antropóloga sui generis. Más arriba hice referencia a que mi poesía no tiene un
dominante de representación, por eso me animo a especular acerca del modo en
que mi trajín viajero se asoma en las imágenes que te he detallado; acaso el
término más apropiado sea el de espectros, especie de fantasmas inusuales que
se cuelan aquí y allá en ciertas formas de extrañamiento en mis metáforas.
Mis
otros viajes los realicé a países con culturas no tan diferentes de la nuestra.
La sensación en Oriente fue la de haber abandonado el planeta Tierra y haber
llegado a otro, quizás de otra galaxia.
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Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Nilda Barba
y Rolando Revagliatti.